La presencia de lo ausente
CUANDO EL ARTE ATAQUE
Por: Rodolfo García
La confrontación de la forma y el contenido se expresa dinámica, contradictoria. Diez años atrás, en el escenario académico y político de la universidad pública, declinaba el auge del contenido, marcado por discursos densos, cargados de disertaciones teóricas e intertextualidades encriptantes. Ahora inicia apenas la hegemonía de lo opuesto, el reinado de la forma, en donde importa más la manera de decir que lo que se dice.
La genealogía de estos opuestos, análoga a la oposición de la palabra y la imagen, está en el uso político del propio cuerpo. En el oscurantismo cristiano la palabra era el secreto del poder y se suprimía la imagen, cubriendo con su manto negro la evidencia y seducción de los colores y las formas, la palabra hablada, el verbo, lo auditivo, cobraba entonces mayor poder simbólico, pero llegó el renacimiento y luego la ilustración, deshaciendo el manto negro bajo el que palidecían los colores y las formas; la imagen plasmada en una variedad de soportes, la liberación de la mirada y de lo mirado, la presencia protagónica del ojo como testigo fiel de la evidencia, hicieron girar de nuevo el mundo de la cultura. Dinámicas similares se replican en micro niveles espaciales y temporales, aunque de modos a veces sui generis, con extrañas contradicciones.
Aunque pareciera que vivimos en una era visual por la proliferación de imágenes alrededor, es un hecho que las palabras siguen ostentado bastante poder, quizás más que las imágenes, pues en aspectos claves de la sociedad éstas son tomadas más en serio, por ejemplo, ningún convenio internacional o tratado, constitución o ley se redactan visualmente. Quizás sea más acertado considerar la convivencia simbiótica de la palabra y la imagen en el escenario del poder. La palabra se dirige a la “conciencia”, a la psiquis despierta, por eso es el lenguaje de lo serio, de lo real. La imagen se dirige al inconsciente, es un lenguaje para jugar, soñar y plasmar esos sueños.
Esta oposición es utilizada por su potencial para manipular, ya sea con buenos o malos fines, para persuadir o convencer, pues vivimos en una sociedad donde unos pocos guían y crean para que todos puedan dirigir sus vidas de la manera correcta. Sin embargo es bueno aclarar que lo auditivo (incluida la palabra) también puede dirigirse al inconsciente, de hecho, en un entorno saturado de imágenes solo lo auditivo puede hacernos imaginar. Igualmente la imagen se “utiliza” dirigida a la conciencia, por ejemplo, señales de tránsito, íconos del ordenador, semáforos, entre otros. Esta evidencia es útil para entender que, en este como en todos los temas, la realidad es aun más contradictoria que la representación especulativa del discurso.
Forma y contenido permanecen en conflicto pero coexisten en la sociedad, para unos la forma no es más que un pretexto para manifestar un contenido particular, para otros el contenido solo es un pretexto para manifestar una forma específica. Tradicionalmente la universidad ha sido el epicentro del pensamiento crítico y de la construcción de conocimiento, y la palabra, verbal o escrita, ha sido el vehículo de las ideas científicas y académicas. Esta cultura ilustrada considera los libros como el bien más preciado. En sus bibliotecas reposa todo el conocimiento, esperando a ser leído. Pero por alguna razón muchos de estos no son leídos, quizás por demasiado largos, o muy especializados, incomprensibles para un lector común.
Tal vez el problema sea que algunos de estos libros fueron concebidos dándole total relevancia al contenido, al tema, sacrificando una forma que únicamente buscaría atraer público, cuando el objetivo es hablarle a unos expertos a los que solo les importa también el contenido, establecer un dialogo secreto de mensajes crípticos. Valga decir que esta actitud es inevitable teniendo en cuenta la creciente especialización de la sociedad moderna.
La cuestión es que, acorde con esta estructura, el espacio público y político de debates y discusiones acerca de conflictos relacionados con la comunidad universitaria o de ésta con la comunidad del entorno, presenció el auge de la palabra y del contenido, en donde largas disertaciones cargadas de referencias teóricas flotaban y rebotaban sobre las cabezas atónitas de públicos menos expertos. Análogamente la apariencia que se derivaba de este pensamiento era moderada, sencilla, poco llamativa, opuesta a la imaginería pequeñoburguesa del hedonismo y la banalidad. El rechazo y negativización de la apariencia conlleva a una subvaloración de la forma, derivada de la idea que lo importante es lo que hay en el fondo de las cosas, pues las apariencias engañan a los sentidos. Esto puede ser cierto pero también es cierto que forma y fondo son dos aspectos dialécticos, a veces contradictorios, de una misma cosa, y que por tanto es preciso darles igual importancia.
En la raíz de este fenómeno se encuentra la gran división del arte y la ciencia, que ha producido una verdadera escisión del ser humano, al menos en el mundo de influencia occidental, quien se divide en dos seres, en uno se encuentra la intuición, lo instintivo, lo sensorial y en el otro lo racional, lo consciente. El potencial de transformación material del pensamiento racional y científico parece darle mayor relevancia social a la ciencia que al arte, el cual parece limitado en su función de entretenimiento y activador de experiencias estéticas. Sin embargo el poder transformador del arte permanece latente, mientras que muchos de sus atributos son explotados impunemente por esclavos creativos del capital, como los publicistas, diseñadores de video juegos, creadores de televisión, productores musicales, entre otros.
Extrañamente nuestros personajes antológicos de la lucha universitaria rechazaron las formas y apreciaron especialmente los contenidos. A lo sumo una buena forma solo era aceptable si el tema así lo precisaba. La forma podía ser cualquiera. De cierta manera esto implicaba una subvaloración del arte y lo lúdico, pues el compromiso militante no daba tiempo ni lugar para las trivialidades. Había que rechazar categóricamente toda conducta consumista, que conllevara a un gozo inmerecido, el único gozo valido era el de la satisfacción de la entrega a la causa. Obviamente también hay un arte militante, constreñido por la impronta del tema revolucionario del momento, en el cual la forma era subsidiaria del contenido o del tema. Para este artista militante es inaceptable el arte por el arte.
Hoy asistimos al auge de la forma y de lo aparente, ahora importa más cómo se dice algo que lo que se dice. ¿Será porque vivimos en una era de hiperinformación? Los contenidos parecen estar a la vuelta de cualquier esquina virtual o en cualquier auditorio plagado de conferencistas. Pero la manera de contar, es decir la forma, se ha vuelto fundamental pues hay una competencia por ofrecer de la manera más atractiva dichos contenidos. Hay que aclara que el giro hacia este auge de la forma no viene del escenario universitario o académico sino directamente de la televisión, en donde todos los discursos se encuentran en el mismo nivel, en el de el flujo ininterrumpido de contenidos; noticia de guerra, propaganda de límpido, nota de farándula, lo importante es la sintaxis, de nuevo cobra una fuerza inusitada la premisa de McLuhan, el medio es el mensaje.
Este escenario en el que reina la forma, obliga a repensar el oficio docente y el rol social del activista estudiantil y político, pues ahora tienen que competir con los medios masivos y sus lenguajes en la función social de formar y enseñar. Posiblemente para algunos esto representa un verdadero drama, casi una tragedia. No imagino al profesor mamerto y militante cambiando su peinado y manera de hablar para darse a entender a un grupo de seres anómicos que solo quieren sumergirse en las dinámicas de su mundo pequeñoburgués. En cambio para los jóvenes el cambio no implica mayor cosa, de hecho, ya crecieron en esta hegemonía, están acostumbrados a aparentar antes que ser. Las generaciones jóvenes, en medio del impulso ingenuo e inmediatista y de las ansias de protagonismo creen que con aparentar ya pueden sustituir al ser, tienen todas las redes sociales para acrecentar el efecto, tienen acceso a ropas y adornos que completan el cuadro. Solo se necesita un arsenal de frases bien armadas para entrar en el campo de batalla imaginario de una realidad paralela, que se parece a la realidad pero a la que jamás alcanza a tocar ni mucho menos transformar.
La esperanza es que como humanidad logremos nuestra ya olvidada mayoría de edad, que salgamos de la inmadurez de la inconsciencia, para darnos cuenta que forma y contenido son solo dos aspectos de una misma cosa, y por ello igualmente importantes en el objetivo de alcanzar metas sociales que cada vez parecen más distantes. Sería mejor dejar de aparentar para intentar primero ser. Sería mejor dejar de ocultarse en el fondo y buscar solo allí lo valioso, salir para darse cuenta que la forma es un aspecto imprescindible de cualquier fenómeno real, y que negarlo o subvalóralo es solo una negación del aspecto dialéctico de las cosas. Creo que en el arte esta unidad es más evidente, pero la ciencia gana la partida. La esperanza entonces solo renacerá cuando el arte ataque.

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